La Sarrapia y los Mapoyos

Hurgando artículos y libros  sobre la explotación de la sarrapia (cumarú, cumbarú, haba tonka, camaruna) me conseguí con varias gratas sorpresas. La primera es que una de las grandes áreas productoras  de sarrapia en el mundo es la zona del Orinoco medio, donde el fruto ha sido explotado, y luego exportado, desde el siglo XIX. La segunda es que tal explotación ha estado estrechamente vinculada con el grupo indígena mapoyo, que casi nadie conoce, yo entre muchos, pero que constituye,  un patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad declarado por la UNESCO en 1994. A consecuencia de mi ignorancia sobre esa declaratoria, busqué información sobre la etnia bolivarense. La tercera es que la sarrapia ha sido, como tantas otros recursos en nuestro país, aprovechado por los allegados del régimen. Rómulo Betancourt escribió  el 10 de marzo de 1937, en el diario Ahora, que a partir de ese año el gobierno había decidido  declarar libre la explotación de la sarrapia, que hasta esos momentos había sido objeto de concesiones de monopolio  a favor de un contratista privado y de los hijos del dictador J.V. Gómez.  Los recolectores de sarrapia debían pagar 50 bolívares al contratista y cincuenta bolívares más a las casas comerciales que financiaban el negocio.

La sarrapia  (Dipteryx odorata, D. punctata) es un árbol de hasta 30 m de altura, de tronco recto y copa frondosa, que crece silvestre en el sur de Venezuela, el norte de Brasil y las selvas de Guayana. Las hojas del árbol son de mediano tamaño, de  6 a 15 cm de largo y de 3 a 6 cm de ancho.

El árbol es silvestre  en la zona de Guayana, en el estado Bolívar, y sus frutos, que son drupas, se recogen una vez que caen al suelo.  El árbol produce ceda dos años su cosecha, hacia el mes de abril. Cada árbol da un promedio de 30 kg de frutos, que representan unos 6 kg de semilla, que alcanzan altos precios en el mercado, pero no es muy demandada ahora, aunque si lo fue durante el siglo XIX y mediados del XX.  El fruto es una legumbre ovoidea (ovalada), drupácea (un fruto con una semilla en su interior, envuelta en una capa leñosa dura), indehiscente (que no se abre para dispersar su semilla). La cáscara es dura al secarse, de un color marrón oscuro. La semilla que contiene se pone a secar expuesta al sol, y luego se macera en alcohol,  generalmente ron, y después se vuelve a secar. Se guarda en un envase hermético y se coloca en un lugar fresco y a la sombra, lo que garantiza su conservación al menos durante dos años.

De la semilla se extrae cumarina, empleando métodos espectrofotométricos. La cumarina es un compuesto químico orgánico de la familia de la benzopirinas, que se emplea en medicina como un poderosos anticoagulante de la sangre en los vasos sanguíneos y para tratar algunas afecciones cardíacas. La cumarina no tiene en sí misma propiedades anticoagulantes, sino que la acción de ciertos hongos la transforma en el anticoagulante natural dicumarol. La cumarina se emplea como medicamento en dosis muy medidas  para tratar tumores, arritmias, inflamaciones, dolores fuertes, osteoporosis, VIH, pero tiene sus inconvenientes, porque presenta toxicidad para el hígado y los riñones. En algunas legislaciones  se restringe su uso como aditivo alimentario, aunque en dosis que no exceda los 6 mg para una persona de 60 kg.   La cumarina se puede encontrar en varias plantas. Una de ella es ellas es la corteza de la canela, que tiene, al igual que la sarrapia,  sus contraindicaciones. Pero hay distinguir las diferencias en los contenidos de cumarina de los productos. Por ejemplo, la canela de cassia (Cinnamomum cassia) tiene 63 veces más cumarina que la canela de Ceylán (Cinnamomum verum).

La sarrapia tiene un penetrante y agradable olor. Por esa razón se emplea como sustancia aromatizante, en tabacos, perfumes y en algunas comidas generalmente dulces. Se parece un poco a la vainilla, pero su sabor tiene mayor personalidad odorífera.

La sarrapia crece silvestre en las selvas de Bolívar, en donde se recolecta su semilla y se exporta para Francia, Alemania y Estados Unidos desde mediados del siglo XIX. La recolección estaba a cargo de mano de obra de indígena perteneciente al grupo de los mapoyo, en la región del Orinoco Medio y el Caura. Además se sumaban  la tarea colonos que venían de lugares alejados como el estado Falcón.  En esa zona guayanesa existen grandes manchas que se conocen como sarrapiales. Desde 1875  se levantaban campamentos provisionales, conocidas como estaciones sarrapieras,  cerca de los lugares de recolección, que se desmantelaban cada uno o dos años, de acuerdo con los cambios en los lugares y en la época de recolección de la semilla.

Los mapoyo es un grupo indígena de filiación lingüística caribe que habita en la región de la parte media del río Orinoco, entre los ríos Suapure y Parguaza, al sur de Venezuela. Se concentran en la población de El Palomo, en el estado Bolívar, pero son una población que se ha venido reduciendo, no pasan de 400 miembros, donde hay pocos hablantes de la lengua original. En las área recolectoras se instalaron empresas comerciales que compraban las semillas recolectadas,  además de chicle y balatá. Esos agentes comerciales  fueron induciendo a los mapoyo a adoptar costumbres urbanas, en desmedro de su cultura indígena.  Las estaciones sarrapieras conformaba una vasta red formada por subestaciones y una estación central, vinculada con el puerto fluvial de Ciudad Bolívar, desde donde se exportaban las semillas de sarrapia.  La red cubría varias áreas: la del caura, con centro en Maripa;  la de Cuchivero, con centro en candelaria y Caicara,  y la del Orinoco Medio, con centro en la población de Túriba, conectada con el río Suapure. En las épocas de recolección los trabajadores se internaban en la selva  de cuatro a cinco meses cada año, porque las travesías eran largas y difíciles. El ciclo de recolección comenzaba a finales de enero o inicios de febrero, y duraba hasta abril, cuando empezaban las lluvias y  los desplazamientos en la selvas se hacían muy arduos. De regreso en el campamento, los recolectores se dedicaban a separar la semilla de los frutos, utilizando piedras, martillos o machetes. La semilla era secada al sol, perdía peso y se tomaba un color oscuro y una apariencia arrugada. Las estaciones sarrapieras comenzaron a  en la década de 1960, cuando el negocio pasó a manos del gobierno central, a través del Instituto Agrario Nacional.  Pero ya el mercado mundial de la semilla de la sarrapia estaba en decadencia  por la aparición de sustitutos sintéticos.