Quizás
usted haya oído hablar de Mo Yan. Puede que haya oído hablar de él, porque
recibió el premio Nobel de literatura en 2012. Tiene novelas magníficas
ambientadas en su pequeño poblado chino, un modesto distrito rural campesino,
como los hay muchos en toda el Asia. E inclusive en América Latina. Mo Yan es
un cuentacuentos. Que pinta sus personajes, todos sacados de la vida real,
sometidos a muchos sufrimientos,
sin abandonar jamás su ternura y su
autenticidad. Lo menciono acá, en estos
escritos sobre el ajo, porque Mo Yan escribió una novela, “Las baladas del
ajo”, sobre los campesinos que fueron
obligados por el régimen comunista a
sembrar grandes extensiones de ajo. Ese año hubo una abundante cosecha.
La sobreproducción de ajo no encontró
salida en el mercado reegional: nadie compraba y los almacenes del Estado estaban abarrotados. Los
campesinos, ante la inminente ruina, se sublevaron y fueron reprimidos brutalmente por el régimen. El ajo es picante
y de un fuerte olor, pero, a veces, es también amargo. Quería huir de los rigores de una política que esclaviza al
hombre en nombre de la redención y de la libertad, y busqué refugiarme en los poemas alusivos al ajo. Pero encontré pocos. A los poetas no les
gusta hablar del ajo, porque seguramente lo encuentran demasiado ordinario, tal
como sucedía en la Edad Media europea.
Raro encontrar un poema como “Las sopas de ajo”, del poeta argentino-español
Ventura de la Vega: “Ancho y profundo cuenco fabricado/ De barro (como yo)
coloco al fuego;/ De agua lo lleno: un pan despedazado/ en menudos fragmentos
lo echo luego; /Con sal y pimentón despolvoreado. / De puro aceite tímido lo
riego; / y del ajo español dos cachos mondo/ y en la mesa esponjosa los
escondo”. El poeta chileno Pablo Neruda,
premio Nobel de Literatura, que escribió numerosas odas, no le dedicó ninguna
al ajo, aunque lo menciona de pasada en
su oda a las papas fritas, a las que “el
ajo/ les añade/ su terrenal fragancia/…” .
El
poeta y novelista marsellés Joseph Méry (1797-1867) escribió una Ode a l´ ail,
donde canta que todos los grandes, desde el rey David hasta el emperador
Napoleón, han comido ajo. Del ajo dice: “esa planta mágica / que enciende el
corazón del héroe letárgico/ cuando el frío lo tiene entumecido/”. Pero, a
pesar de esos cánticos, el ajo tenía era mal visto por muchos, y considerado un
alimento de baja categoría. No obstante, el ajo jamás bajaba la guardia. Servía
para enfrentar al maleficio en la vieja Europa, agobiada por las dificultades y
los malos agueros. Paracelso (1493- 1541), un famoso médico y alquimista suizo,
recomendaba para protegerse del maleficio, en su obra “Las Plantas Mágicas”,
coger siete ajos a la hora de Saturno, ensartarlos en un cordelito de cáñamo y
colgárselos del cuello durante siete sábados, para liberarse de hechizos
durante toda la vida. En Egipto y Grecia de la antigüedad se plantaban plantas
de ajo en el cruce de los caminos como una señal de protección contra los
maleficios. Homero, el poeta griego ciego, autor de la Ilíada y la Odisea, menciona en
sus versos una planta conocida como moly, el ajo, que fue empleada por Ulises
para protegerse de los encantamientos de Circé, una hechicera que habitaba la
isla de Eea, cerca de la costa occidental de Italia, que transformaba en
animales a sus enemigos usando su pócimas mágicas. En Europa oriental, en especial en los
Balcanes, a finales del siglo XVIII, se usaba al ajo como un remedio eficaz
contra los seres malignos familiares, los Wurdalaks, y se colgaban ristras de
ajo sobre las puertas y las ventanas
para espantarlos en las noches de luna llena. También se hacía con ajo un
bebedizo para curar el mal de ojo y otras prácticas de brujería. Los cruzados
difundieron en sus correrías por Europa
el empleo del ajo como remedio para exorcizar a las personas poseídas por
el diablo y para prevenir las epidemias de la peste. El ajo era considerado un
alimento con un cierto aire de satánico. Una antigua leyenda turca cuenta que
cuando Satán fue expulsado del Edén, tras la tentación, un ajo brotó de la
huella de su pie izquierdo, y una cebolla de la del derecho. Quien comía ajo era considerado un villano.
Don Quijote increpaba a Sancho Panza, diciéndole: “Villano, comedor de ajos
El ajo
es utilizado en brujería, especialmente el ajo grande, que llaman ajo macho.
Colgado en ristras o trenzas de ajo en
las entradas de la casa rural, o en la cocina,
constituye una hermosa estampa decorativa decoración para un casa
campesina, y sirve, además, dicen, para mantener a la envidia y a las personas
envidiosas lejos de tu hogar. Otros lo
usan para ahuyentar a los vampiros.
Quizás nada de eso sea verdad, pero al menos sabemos que el ajo
machacado o troceado es una rica fuente de vitaminas B6 y C, y de minerales
como azufre, manganeso y selenio.