No
escondo mi gran admiración por Anthony Bourdain, por sus libros y por sus
programas de viajes por las distintas culturas culinarias del mundo: A Cook’ s
tour, the layover y Parts unknown. Su
manera desenvuelta de escribir y de actuar en sus entrevistas. Sus principales
libros: Confesiones de un chef (2000) y Crudo (2010). Todo en él fue
sorprendente: su manera de asumir el éxito, el que nunca pudo asimilar
completamente, como si no lo mereciera, y su manera de explicar que los chefs se comportan con frecuencia
como unos seres antipáticos y desagradables,
con su prepotente actitud que se
impone en su brigada como un pequeño dictador, gritando y humillando a los
cocineros a su mando cada vez que no seguían al pie de la letra sus
indicaciones. De esa desmesura vital, solo logró liberarse Bourdain
suicidándose el 8 de junio de junio de 2018, en un hotel de Estraburgo donde
grababa una emisión de Parts Unknown. De todas estas cosas tan tristes, que narra
en su libro Confesiones de un chef, nunca pudo liberarse Bourdain. Y cargaba
con ese pesado fardo a sus espaldas, lo que le producía ataques de ira, estados
depresivos, y sentimientos de culpa, miedos y caída en su autoestima. Bourdain,
amado por el éxito, parecía tenerlo todo. Sin embargo, confesó en 2017, un año
antes de su muerte, que se consideraba “un alma infeliz con problemas de
adicción a la cocaína y al crack”. Bourdain era un ser sensible, con afición a
las drogas durante muchos años, que
cruzaba con suma facilidad los límites de la mesura. Su vida de extravíos, de
reiterada drogadicción y sus relaciones amorosas que le aportaban caos, como el
que sostenía con la actriz italiana Asia Argento, que protagonizó varios
escándalos, como el de las fotos besándose con el joven reportero Hugo Clément
días antes del suicidio de Bourdain. Este vez confesó una vez que “estaba
completamente deprimido (…), acostado en la cama durante todo el día,
inmovilizado por la culpa, el miedo, la vergüenza y el arrepentimiento (…)
sintiendo palpitaciones del corazón, terrores, ataques de autoestima tan
poderosos”. Con todo, Bourdain logró escribió un libro revelador que contaba
sin pelos en la lengua las “aventuras
que ocurrían en el trasfondo de una cocina”. Un libro como pocos se han
escrito sobre el mundo de vanidades en el que se desenvuelve la vida de un chef
que no se supo encontrar la calma, a pesar de l nombradía que obtuvo al menos
en las últimas os décadas de su vida.
El
otro libro es Heat (Calor), aparecido en 2007, escrito por el periodista
y novelista Bill Bufford , que
había sido, por añadidura, editor del prestigioso New Yorker El libro es una
magnífica y descarnada biografía del famoso chef italoamericano Mario Batali, quien era, además, una celebridad en
los medios con su programa The Chew y Molto Mario, propietario del famoso restaurante Baboo y accionista de decenas de restaurantes en Estados Unidos,
Singapur, Italia y Hong Kong. Bufford se obsesiona con las historias que
relata. Así sucedió con su anterior novela sobre los Thugs, con los que se fe
durante varios en sus correrías. Así pasó también con Heat (Calor), en la que
sigue la ruta formativa seguida por Batali en su meteórico ascenso en la cocina
estadounidense, con sus pasantías de cocina en Inglaterra, al lado del rebelde
cocinero Marco Pierre White, quien fue el primer chef inglés en alcanzar las tres
estrellas Michelin. Y luego su aprendizaje de carnicero en Toscana. Batali
actualmente enfrenta acusaciones en la corte
por abusos sexuales, manoseos libidinosos, contra varias mujeres. Por el escándalo
Batali debió renunciar a su imperio de restauración y retirarse un poco de la
vida pública. Bufford es incasable refiriéndose al tema gastronómico,. Este
año, en el 2020, publicó su tercera novela, esta vez centrada en su experiencia
de cinco años como cocinero en Lyon, Francia, una de los grandes centros de
nacimiento de la moderna cocina burguesa
francesa.