Uno
de los sonidos más agradables para mí es el que hacen los platos cuando se
ponen sobre la mesa. Es un sonido que
canta, al chocar los platos de cristal contra la madera de la mesa, y en
especial, el que hace un plato contra el otro. Son sonidos vibrantes,
alargados, breves, invitantes. Un sonido
que se concatena con el otro, formando una alegre melodía que despierta a mis
sentidos, recordándoles, recordándome,
que se acerca la hora de la comida. Las ollas en la cocina también
suenan. Pero eso es otra clase de ruido.
Son sonidos metálicos, gruesos, redondos, que hablan gravemente del ruido del
trabajo y no del disfrute, como ese sonido que hacen los platos en la mesa. Tengo,
en mis recuerdos, unos catorce años, y mis hermanas, organizan todo en la mesa:
el mantel, los cubiertos y ponen los platos. Todo eso es un símbolo que me
invita a la mesa, e inicia el ritual de la comida en mi casa. Como si se
tratara de una ceremonia religiosa, o de una representación teatral, ejecutada
sobre un escenario en el que las cosas
ocurren una y otra vez, sin casi cambios, y donde hay actores principales y
secundarios, activos y pasivos, que cumplen
unas ciertas normas de comportamiento, y las acciones giran en torno a una trama que se desarrolla
en un orden riguroso, que va in creciendo, hasta que alcanza su final, rompiéndose el
encanto. El padre a la cabecera de la
mesa, y la madre sirviendo la comida, de plato en plato. La gente no habla en
la mesa con la boca llena, y siempre está llena, y los ruidos guturales y los chasquidos se sancionan, a
menos que sean los que hace el padre, que los demás omiten y respetan. Ahora pienso que todos esos afanes continuaban
una tradición que establecía una cierta división social del trabajo en mi
pueblo, y en mi casa, en el que a los hombres les estaba vedado realizar los
oficios del hogar. Cuando yo era niño no
podía acercarme a la cocina, porque ese era un mundo reservado a las mujeres. Sonrío,
ahora, pensando en que, apenas en el lapso de mi propia generación, todo eso ha sido superado, y yo recopilo
recetas, escribo sobre cocina, paso mucho tiempo en la cocina tratando de
reproducir las preparaciones de mi infancia, los platos ya no cantan con su voz cristalina
sino que su canto resulta apagado por la melanina, y yo mismo me veo poniendo
la mesa, ordenando los pañitos individuales, los cubiertos, los vasos y las
servilletas de papel y llamando al hijo, una y otra vez, para que venga a comer
sin mucho apuro, cumpliendo una
obligación de cada día sin ritual alguno.