La Despensa Afroamericana

Despensa Afroamericana

Cuando se estudia la historia de alimentación de América Latina uno se encuentra, hasta el siglo XIX, con tres actores predominantes: el amerindio, el blanco ibérico (de España y Portugal) y el negro africano. Con esos tres elementos se realizó el mestizaje, como si se tratara de un compuesto formado pos elementos distintos contenidos en una olla en la que los ingredientes se mezclan, como si fuera una comida. Algunos estudios hacen referencia a ese melting pot para definir el mestizaje social. Pero eso no siempre es así. Hay culturas que se aíslan en los territorios a los que migran. Así sucede con los chinos o con los árabes, o también con los judíos, que forman  guetos, obligatorios o voluntarios, que operan como barrios o pueblos donde habitan personas pertenecientes a un mismo origen, condición social o cultural, con pocas relaciones sociales y culturales con las sociedades receptoras. En el caso del arribo de los negros  a los diversos países de América Latina, fue una población de traslado forzado y sometida a un sistema de dominación que establecía normas rígidas de comportamiento. La población negra fue concentrada con propósitos económicos en los   territorios donde habitaron,  desde su llegada forzada,  para servir como mano de obra  esclavizada en campamentos mineros o en plantaciones agrícolas, sobre todo de café, cacao, caña de azúcar, tabaco y algodón. Allí,  en esos lugares, se desarrolló su vida,  dejando huellas profundas  de su cultura, principalmente en cuatro ámbitos: la música, la danza y el baile,  la cocina, y en las cultos y prácticas rituales  de sus  creencias  religiosas.

En este punto quisiera hacer algunas consideraciones.

La primera es que se produjo un traslado forzado masivo de población negra a América, que algunos investigadores estiman en 19 millones, y otros en al menos cuatro veces más, tomando en cuenta las muertes ocasionadas durante la captura en África, los fallecimientos durante el transporte a América desde África y las enfermedades  en los lugares del desembarco.

La segunda es que la población esclavizada proviene de diferentes orígenes geográficas, distintas culturas y lenguas. Lo que era propiciado por los tratantes de esclavos para evitar las rebeliones.

En tercer lugar, y este punto es muy importante, la mayor parte de los esclavos americanos no provenían directamente del continente africano, sino que venían de Santo Domingo, el gran centro receptor y distribuidor en el Caribe, o de otros centros importantes de distribución como Panamá, Curazao y Cartagena de Indias. Eran negros llamados ladinos, porque hablaban español y conocían a América. Sus padres, considerados negros bozales, desconocedores de otra lengua que no fuera la de su patria de origen,  habían venido desde África hacía uno o dos siglos atrás, y sus descendientes eran ahora objeto de comercio en América. Los ladinos estaban acostumbrados a los ingredientes alimentarios de América, incluso sus propios abuelos, porque muchos de nuestros cultivos como la yuca, el ají, o el maíz, ya eran conocidos por ellos en África, al haber sido introducidos principalmente por navegantes y comerciantes portugueses y españoles.  En el siglo XIX muchas de las transacciones comerciales con esclavos ocurrían en los límites del mismo país, o resultaban de fugas de esclavos de regiones cercanas.

En cuarto lugar la abolición de la esclavitud en las países latinoamericanos ocurrió de manera lenta y confuso, y no significó, en la práctica, un cambio notable de condición de libertad para los esclavos. Era una manumisión gradual, y la abolición fue parcial. El ex esclavo forzado era ahora esclavo de deudas, trabajador dependiente de la hacienda de su antiguo amo,  con muchas restricciones de movimiento,  y su vida pública esta regida por disposiciones legales, con sanciones en dinero o de cárcel si las incumplía. Y no podía desplazarse libremente de un lugar a otro, dormir fuera de la hacienda o cambiar de patrono. Muy parecido, en la práctica, a los sistemas de concertaje o de White indentured servants aplicados para someter a los trabajadores a regímenes laborales y de vida en una determinada actividad y circunscripción.     

En quinto lugar los esclavos marcaron la cocina de algunas regiones latinoamericanas donde sus poblaciones estaban concentradas. Pero había dos niveles de cocina. La cocina hecha por cocineras negras en las casas de sus años o empleadores, que era una cocina hecha con una despensa variada y abundante. Era la comida de la familia del amo. Y la cocina hecha en las barracas donde vivía su familia (sus hijos y su esposo, el peón agrícola, vinculado a la agricultura de la plantación, sistema de monocultivo). Este era un régimen alimentario muy pobre y monótono, con muchos carbohidratos de tubérculos y raíces y panela, y muy deficitario en proteínas y grasas. Era la cocina de la pobreza. Ambas prácticas, sobre todo la primera, con agregados sugeridos por la familia empleadora, dejaron su huella en la cocina latinoamericana. La cocina doméstica de la familia negra se convirtió en la fuente de inspiración para establecer una rica dulcería criolla, que era, y aún sigue siendo, ofrecida por vendedoras ambulantes en las calles. De ese régimen algunas preparaciones son importantes, como el Calalú o carurú (sopa o guiso con carne y hortalizas) o el fufú, o la cafunga o mfunga, o el funche, que corresponden a papillas, o las mezclas de sabores agridulces, tan usuales en la gastronomía africana. Quedaron también algunas técnicas de cocinas como el sofrito o ahogao, las frituras con aceites de palma, y el uso de algunos utensilios como el pilón o bunque o pilau (en Brasil).